México, un país atrapado entre mafias

México atraviesa un momento delicado, una situación invisible para la estadística oficial, pero profundamente sentida en la calle. Mientras el Gobierno federal destaca mes con mes los avances en su estrategia de seguridad, celebrando la baja de homicidios y buena parte de los delitos de alto impacto tras más de 15 años de subidas prácticamente ininterrumpidas, una sombra diferente se extiende. Es la sombra de la extorsión, un mal silencioso y devastador practicado por las mafias, para el que la autoridad no parece tener una respuesta contundente. Donde antaño la producción y el tráfico de drogas aparecían como el negocio principal del crimen, ahora se imponen los esquemas extorsivos, cada vez más sofisticados y arraigados en el tejido social.

La sutil pero devastadora sombra de la extorsión

Imaginen una balanza: en un lado, las cifras oficiales que señalan una mejora en la seguridad pública. En el otro, la sensación de miedo y desamparo que vive a diario un pequeño comerciante, un agricultor o un transportista. Esta es la paradoja mexicana. Los grandes titulares se centran en los enfrentamientos, en los cárteles y sus luchas por territorios para las rutas de la droga. Sin embargo, bajo esa superficie visible de violencia, ha florecido un negocio mucho más capilar y, por eso, más difícil de combatir: la extorsión.

Antes, el crimen organizado se nutría principalmente del tráfico de sustancias ilícitas. Hoy, ese modelo ha evolucionado. Las bandas criminales han descubierto en la extorsión una fuente de ingresos constante y, en muchos casos, menos arriesgada que el narcotráfico puro. Es como si el crimen hubiera decidido diversificar su cartera, invirtiendo en el control de las economías locales, desde el puesto de tacos en la esquina hasta las grandes cadenas de distribución.

Más allá de los números: el negocio silencioso del crimen organizado

El «cobro de piso» se ha vuelto una realidad palpable en innumerables comunidades. Consiste en exigir a negocios y particulares una «cuota de protección» a cambio de no sufrir ataques, robos o secuestros. Pero la extorsión no se limita a este esquema. Ha escalado hasta el control total de cadenas de suministro. Pensemos en el campo mexicano, que alimenta nuestras mesas: agricultores de limón en Michoacán, productores de pollo en Puebla, transportistas de aguacate. Estos sectores, vitales para nuestra economía y para nuestra alimentación diaria, se ven obligados a pagar un «impuesto» a la delincuencia, que decide a quién comprar, a qué precio vender, y por dónde transportar.

Este control no es solo económico; es territorial y social. Las mafias, al controlar estos flujos, ejercen un poder absoluto sobre la vida de miles de familias. Se convierten en una especie de gobierno paralelo, un poder fáctico que dicta las reglas del juego en la vida cotidiana de millones de mexicanos. Y lo más preocupante: no hay un punto final. La extorsión no es un evento aislado, sino un drenaje constante que asfixia la productividad, la inversión y la esperanza.

Voces desde la trinchera: el impacto en la vida cotidiana

La invisibilidad estadística de la extorsión contrasta con su presencia abrumadora en la vida de los ciudadanos. ¿Cómo se mide el terror que siente un tendero al que le exigen una parte de sus magras ganancias cada semana? ¿Cómo se cuantifica la decisión de un pequeño empresario de cerrar su negocio porque ya no puede pagar las cuotas y aun así seguir operando? Estas historias, que se repiten una y otra vez, son la verdadera radiografía de la seguridad en México. Son el pan de cada día para quienes viven con el miedo constante de una llamada, un mensaje o una visita.

Las consecuencias son devastadoras. Los negocios cierran, los precios de los productos básicos se encarecen para compensar los pagos ilegales, y la inversión se detiene. Pero más allá de lo económico, la extorsión carcome la confianza. La gente deja de creer en la ley, en las instituciones, e incluso en sus vecinos. El tejido social se desgarra, dejando un rastro de desconfianza, migración forzada y desesperanza.

El desafío para la autoridad: una lucha contra un enemigo escurridizo

Combatir la extorsión es un reto mayúsculo. A diferencia de un homicidio, que deja una evidencia clara, la extorsión rara vez se denuncia. El miedo a las represalias es enorme, y muchas víctimas sienten que, incluso si denuncian, la autoridad no podrá protegerlas o, peor aún, que la denuncia puede empeorar su situación. Esta falta de denuncia es la que mantiene el delito en una «zona gris» estadística, haciendo difícil para el Gobierno medir su verdadera magnitud y, por ende, asignar los recursos adecuados para su combate.

Es fundamental que las autoridades desarrollen estrategias especializadas para enfrentar este flagelo. No basta con reducir los índices de otros delitos; es necesario desmantelar estas redes extorsivas, proteger a las víctimas y restaurar la confianza ciudadana en las instituciones. Esto implica una policía más cercana y confiable, unidades de investigación dedicadas y mecanismos efectivos de protección para quienes se atrevan a denunciar.

Tejiendo redes de esperanza: ¿qué podemos hacer?

A pesar del panorama complejo, no todo está perdido. México ha demostrado en repetidas ocasiones su capacidad de resiliencia. La clave reside en la participación ciudadana y en el fortalecimiento de la comunidad. Organizaciones civiles, cámaras empresariales y vecinos, trabajando de la mano con autoridades honestas, pueden comenzar a construir la resistencia necesaria contra estas mafias.

Es un camino largo, que requiere de un compromiso inquebrantable con la legalidad, con la transparencia y con el apoyo mutuo. Se necesitan políticas públicas que no solo combatan el crimen, sino que también fortalezcan la economía local, generen oportunidades y reduzcan las vulnerabilidades que el crimen organizado explota. La educación, la cultura, la salud y el bienestar social son armas poderosas contra la desesperación que alimenta la extorsión.

México es un país de gente trabajadora y luchadora. Liberar a la nación de las garras de la extorsión no es solo una tarea del gobierno, sino un esfuerzo colectivo que requiere el compromiso de todos. Es necesario alzar la voz, denunciar cuando sea posible y exigir a nuestras instituciones que cumplan con su deber de proteger a los ciudadanos. Solo así podremos construir un futuro donde la sombra de la extorsión no sea el precio de la paz, sino una triste memoria del pasado.

Fuente:https://elpais.com/mexico/2025-11-03/mexico-un-pais-atrapado-entre-mafias.html