Así se mata en México, radiografía de la masacre de los LeBarón: fusiles comprados en EE UU y 1.893 balas
Era el 9 de marzo de 2019 cuando Rhonita María LeBarón Miller, una mujer de 30 años de nacionalidad estadounidense perteneciente a una comunidad mormona instalada en México, se preparaba para el nacimiento de sus gemelos. Faltaban cuatro días para el parto, programado en el Hospital Madero de Nuevo Casas Grandes, en Chihuahua. Ella y su esposo Howard Miller vivían en el pueblo mexicano de La Mora, en el municipio sonorense de Bavispe y formaban parte de una comunidad mormona asentada entre los estados de Sonora y Chihuahua. Tenían cinco hijos pequeños en común y dos más, Howard y Krystal, de 11 y 9 años, respectivamente. Ese mismo 9 de marzo, un hombre acudió a una armería al otro lado de la frontera, en Estados Unidos, y compró el rifle Anderson calibre 5.56 que se usaría ocho meses más tarde en la matanza de Rhonita, sus dos hijos Howard y Krystal, los dos gemelos de menos de un año, junto a otras dos madres y dos niños más. En el ataque armado, atribuido a grupos del narcotráfico, había 14 niños en total, cuatro de ellos, bebés. Solo sobrevivieron ocho.
El día que se rompió la paz
La mañana del 4 de noviembre de 2019, la carretera de tierra que conecta las comunidades de La Mora, en Sonora, con Galeana, en Chihuahua, se convirtió en el escenario de una de las masacres más brutales que ha sacudido a México. Tres caravanas de vehículos, conducidos por mujeres de la familia LeBarón y sus hijos, se dirigían a un evento familiar cuando fueron emboscadas. Rhonita María LeBarón Miller, junto a sus cuatro hijos, incluyendo los gemelos de menos de un año, fue la primera víctima. Su camioneta, acribillada a balazos, fue posteriormente incendiada. No muy lejos, Dawna Ray Langford y Christina Marie Johnson, otras dos madres, también fueron atacadas. Sus vehículos recibieron cientos de impactos de bala. El saldo fue devastador: nueve miembros de la familia, entre ellos seis niños, perdieron la vida. Ocho niños lograron sobrevivir, algunos escondiéndose entre la maleza, otros caminando kilómetros para pedir ayuda, con heridas que marcarían sus vidas para siempre.
Un arsenal fronterizo
La investigación del atroz crimen reveló un dato escalofriante que subraya una realidad sangrienta en México: el poder de fuego de los criminales se nutre, en gran medida, de las armerías estadounidenses. La Oficina de Alcohol, Tabaco, Armas de Fuego y Explosivos (ATF) de Estados Unidos confirmó que al menos uno de los fusiles utilizados en la masacre, un rifle Anderson calibre 5.56, había sido comprado legalmente en suelo estadounidense. Pero no fue el único. El número de casquillos hallados en la escena del crimen, una cifra asombrosa de 1.893 balas, pinta un cuadro de una violencia desmedida y una potencia de fuego que supera con creces la capacidad de respuesta de las fuerzas de seguridad locales. Estos fusiles, a menudo adquiridos mediante «compras de paja» —donde un intermediario legal compra el arma para un tercero ilegal—, cruzan la frontera para equipar a los cárteles mexicanos, alimentando una espiral de violencia que cobra miles de vidas.
El río de armas que cruza la frontera
La tragedia de los LeBarón es un espejo de un problema estructural: el flujo constante de armas de fuego de Estados Unidos a México. Se estima que cada año, cientos de miles de armas ilegales cruzan esta porosa frontera, transformando a los grupos criminales en verdaderos ejércitos. Las leyes laxas sobre la venta de armas en Estados Unidos contrastan con los esfuerzos de México por controlar la violencia, creando un desequilibrio que favorece a los cárteles. Este «río de hierro», como algunos lo han llamado, permite que las organizaciones del narcotráfico se armen con rifles de asalto, fusiles de francotirador y munición ilimitada, aumentando su capacidad para sembrar el terror y desafiar al Estado. Para las comunidades fronterizas, el costo humano es incalculable, viviendo bajo la sombra constante de la amenaza.
Tras la brutalidad: ¿quién y por qué?
Desde el principio, las autoridades mexicanas atribuyeron el ataque a la organización criminal de La Línea, un brazo armado del Cártel de Juárez, que opera en la región. La zona donde ocurrió la masacre es un punto estratégico para el trasiego de drogas y armas, lo que la convierte en un campo de batalla constante entre facciones rivales. La hipótesis principal sugiere que la caravana de los LeBarón fue confundida con vehículos de un cártel contrario, Los Salazar, del Cártel de Sinaloa, con quienes La Línea mantiene una feroz disputa territorial. Sin embargo, la brutalidad del ataque y la eliminación de niños, incluso bebés, plantea interrogantes sobre si fue simplemente una confusión o un acto deliberado de intimidación contra una comunidad que en el pasado ha alzado la voz contra la impunidad y la violencia. Los LeBarón, una comunidad con décadas de arraigo en México, han sido previamente víctimas y también voceros en la lucha por la justicia.
La búsqueda incansable de justicia
Desde aquel día de noviembre, la investigación ha sido compleja y ha involucrado la cooperación de autoridades mexicanas y estadounidenses, dado que las víctimas poseían doble nacionalidad. La Fiscalía General de la República (FGR) de México, con el apoyo del FBI y la ATF de Estados Unidos, ha llevado a cabo una serie de operativos que han resultado en múltiples detenciones. Entre los arrestados se encuentran presuntos líderes de La Línea y otros implicados en la planificación y ejecución del ataque. Si bien el proceso judicial es lento y lleno de desafíos, cada captura representa un paso hacia la verdad y la rendición de cuentas. La familia LeBarón, por su parte, ha mantenido una postura firme, exigiendo a ambos gobiernos que redoblen esfuerzos para desmantelar las redes criminales y frenar el flujo de armas que alimenta esta violencia.
Un llamado a la acción transfronteriza
La masacre de los LeBarón es un recordatorio doloroso de la interconexión entre la violencia en México y la disponibilidad de armas en Estados Unidos. Más allá de la tragedia individual, este caso pone en relieve la urgencia de fortalecer la colaboración binacional para combatir el tráfico de armas, mejorar la inteligencia compartida y promover políticas de control que puedan hacer una diferencia real. La historia de Rhonita y sus hijos, de Dawna y Christina, no es solo la historia de una familia masacrada, sino la de un México que clama por paz y justicia, un México donde la vida de sus ciudadanos, sin importar su origen, debe ser protegida. El compromiso de la sociedad y de las instituciones, a ambos lados de la frontera, es fundamental para romper este ciclo de violencia y asegurar que tragedias como la de los LeBarón no se repitan.
Edición:
Luis Pablo Beauregard y Sara España
Diseño & layout:
Mónica Juárez Martín y Ángel Hernández
Edición visual:
Gladys Serrano y Mónica González
