Michoacán desafía la política de seguridad de México

El recrudecimiento de la violencia en Michoacán ha abierto una grieta en los esfuerzos del Gobierno de México contra la delincuencia. Los asesinatos registrados en este Estado del centro del país en las últimas semanas desafían la política de seguridad del Ejecutivo, que dirige Claudia Sheinbaum, de Morena, centrada en los últimos meses en Sinaloa, y la guerra entre facciones del Cartel del Pacífico. Los ataques mortales contra el alcalde de Uruapan, Carlos Manzo, y el líder de productores de limón, Bernardo Bravo, golpean de lleno la narrativa optimista del Gabinete de Seguridad, insistente en destacar reducciones en delitos de alto impacto, principalmente los asesinatos.

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La tierra caliente arde de nuevo

Michoacán, un estado rico en cultura, recursos naturales y una vibrante economía agrícola, vive de nuevo bajo la sombra de la inseguridad. La escalada de violencia no es un fenómeno nuevo, pero su intensidad actual, con ataques directos a figuras públicas y líderes comunitarios, ha encendido las alarmas sobre la eficacia de la estrategia de seguridad a nivel nacional. La región de Tierra Caliente, así como puntos estratégicos para el comercio y la agricultura como Uruapan y Zamora, se han convertido en focos rojos donde la disputa por el control territorial entre grupos criminales parece no tener tregua.

El conflicto principal se libra entre el Cartel Jalisco Nueva Generación (CJNG) y una constelación de grupos locales, a menudo denominados Carteles Unidos, que buscan resistir la expansión del primero. Esta lucha no solo se manifiesta en enfrentamientos armados, sino también en extorsiones, secuestros y un control férreo sobre actividades económicas clave como la producción de aguacate y limón, así como la minería ilegal y la tala de bosques. Los agricultores, los comerciantes y los ciudadanos de a pie se encuentran atrapados en medio de esta guerra, sus vidas y sustentos bajo constante amenaza.

El rompecabezas de la estrategia federal

La política de seguridad del gobierno federal, a menudo resumida en la frase «abrazos no balazos», busca atender las causas profundas de la violencia a través de programas sociales y el fortalecimiento del tejido comunitario. Si bien esta visión es loable y apunta a soluciones a largo plazo, los eventos en Michoacán sugieren que, en el corto y mediano plazo, la capacidad del estado para imponer el orden y proteger a sus ciudadanos está siendo severamente probada. La percepción es que la atención se ha desviado hacia otros frentes, dejando a Michoacán en una situación de vulnerabilidad extrema.

El desafío para el gobierno es mayúsculo. No solo debe demostrar una reducción en las cifras de delitos de alto impacto, sino también garantizar la seguridad en el día a día de las personas. Los datos de la incidencia delictiva, si bien pueden mostrar descensos en ciertos indicadores a nivel nacional, palidecen ante la realidad que viven los habitantes de zonas como Michoacán, donde los asesinatos de líderes y funcionarios, la quema de vehículos, los bloqueos carreteros y los enfrentamientos armados son una constante. Esta desconexión entre la narrativa oficial y la experiencia ciudadana genera desconfianza y desesperanza.

Vidas al límite: testimonios y consecuencias

En Michoacán, la violencia es más que una estadística; es una realidad que toca cada aspecto de la vida. Familias enteras se ven obligadas a desplazarse de sus hogares buscando refugio en otras comunidades o estados. La extorsión se ha vuelto un impuesto invisible que ahoga a pequeños y medianos empresarios, desde los que venden tortillas hasta los grandes productores de aguacate. Muchos agricultores trabajan la tierra con miedo, sabiendo que su cosecha puede ser incautada o que ellos mismos pueden convertirse en blancos.

La figura del líder comunitario, vital para la cohesión social, se ha vuelto peligrosa. El asesinato de Bernardo Bravo, líder de productores de limón, y el de Carlos Manzo, alcalde de Uruapan, no son incidentes aislados; son un mensaje escalofriante para cualquiera que intente ejercer liderazgo o autoridad en la región. Estos actos buscan sembrar el terror y desmantelar cualquier forma de organización social que no esté bajo el control de los grupos criminales. La valentía de quienes aún se atreven a alzar la voz merece nuestro reconocimiento y apoyo.

Un camino hacia la recuperación: ¿Qué sigue para Michoacán y el país?

La situación en Michoacán exige una revisión profunda y una respuesta integral. No se trata solo de desplegar más elementos de seguridad, aunque la presencia efectiva del estado es fundamental. Se necesita una estrategia multifacética que combine inteligencia para desmantelar las redes criminales, protección a la ciudadanía, fortalecimiento de las instituciones locales y una apuesta decidida por el desarrollo económico y social.

  • Coordinación efectiva: Es crucial que los tres niveles de gobierno trabajen de manera armónica, sin fisuras políticas, para implementar acciones coordinadas y sostenibles.

  • Justicia y rendición de cuentas: La impunidad es un caldo de cultivo para la violencia. Fortalecer el sistema de justicia y asegurar que los crímenes sean investigados y los culpables castigados es esencial.

  • Apoyo a la economía local: Proteger a los agricultores y empresarios de la extorsión es vital para que la economía del estado no colapse y siga siendo una fuente de bienestar.

  • Programas sociales a medida: Si bien la atención a las causas es importante, estos programas deben ser diseñados y adaptados a las necesidades específicas de las comunidades afectadas, garantizando que lleguen a quienes más lo necesitan.

  • Participación ciudadana: Fomentar la organización y la resiliencia comunitaria, brindando espacios seguros para la denuncia y la colaboración, es clave para reconstruir el tejido social.

Michoacán es un microcosmos de los desafíos de seguridad que enfrenta México. Superar esta crisis no solo requiere voluntad política y recursos, sino también una estrategia flexible, sensible a las realidades locales y, sobre todo, orientada a proteger la vida y la dignidad de cada persona. El camino será largo y complejo, pero la esperanza de una paz duradera en Michoacán y en todo el país reside en nuestra capacidad colectiva para enfrentar la adversidad con firmeza, humanidad y un compromiso inquebrantable con la justicia social.

Fuente:https://elpais.com/mexico/2025-11-03/michoacan-desafia-la-politica-de-seguridad-de-mexico.html